Experiencia voluntarias de Pepa Úbeda

Pasaporte a la esperanza

Enero 2010 - por Pepa Úbeda

El primer contacto con la ciudad ha sido intenso, tanto que luz y calor han borrado la nieve y la niebla con que me despidió España.

Llego a las seis de la tarde a la colonia El Triunfo, Pasaje Molina número 14, San Ramón – Mejicanos, San Salvador, capital de ese país que tiende sus piernas sobre el Pacífico, deja caer su cabeza sobre los volcanes y cubre su cuerpo de vegetación, El Salvador, un 23 de diciembre, el de 2009.

Ha ido a recogerme al aeropuerto Moisés, uno de los responsables del transporte en ANADES. El primer contacto con la ciudad ha sido intenso; tanto que luz y calor han borrado la nieve y la niebla con que me despidió España.

Hace ya algunos años que intento dimitir de mi papel como turista al uso. Busco, en todo caso, un turismo más solidario; un turismo, pues, responsable. Me hace ilusión creer que ya soy un poco más viajera y un poco menos turista; que quizás me parezco una chispa a aquellos viajeros locos que transitaron por el mundo en épocas pasadas.

Conocer a Ascensión Ruiz fue providencial para mí en ese sentido. Hablando con ella, se me ocurrió que pasar unas Navidades en El Salvador y con su gente podría ser una experiencia cuanto menos singular. Mi intuición no se equivocó: han sido especiales. Ya le había comentado hace algún tiempo que visitar el país de mano de la gente de ANADES, pernoctar en sus colonias y tener un guía de su confianza podían hacer el viaje inolvidable. Ella comprendió perfectamente mi punto de vista, se puso manos a la obra y... funcionó.

En la colonia me esperaban Ana Mírian Ayala y María Isabel Figueroa, sus responsables. Desde el primer momento sentí como si las hubiese conocido de siempre. Ya tenían preparados –tan eficaces ellas- para mí los dos días siguientes, tan importantes, la Nochebuena y el día de Navidad.

La primera noche recuperé mis recuerdos centroamericanos: el reencuentro con la naturaleza, sus olores y sus colores, la luz intensa ya en la madrugada, las voces de clarineros –esos pájaros azabache- y gallos peleones.

La primera mañana ya tenía a punto ese café tan guerrero de El Salvador y que también elabora ANADES. Preparado por Juancho y por Don Gregorio, los mejores cuidadores del mundo. En todo momento me he sentido segura estando ellos a cargo de la colonia. ¡Ah! Se me olvidaba... y del perro Cajuna.

Despertarse en El Triunfo ha sido un auténtico lujo que vale su precio en oro, ese oro que es todo El Salvador: en madera, café, caña de azúcar, frijoles y tantas y tantas cosas... Desde mi cama veo ese cielo centroamericano tan distinto, tan suyo, y esa luz rosácea que atraviesa los árboles y que irá cambiando de color a lo largo del día cada día. He visitado la colonia: su laboratorio para elaborar medicinas, sus aulas para niños, una muestra de todo lo que se produce y prepara en la finca que tienen a unos cincuenta Kilómetros de la capital... y el esfuerzo mudo con que la gente trabaja, la valentía a la hora de llevarlo a cabo cada día a pesar de tantos problemas para sobrevivir.

He salido con Ana Mírian, sus tres hijos –Carla y los mellizos Belén y Miguelito- y Moisés hacia la colonia Nueva Esperanza, regentada por Noemí, la tía de Ana Mírian. Este primer viaje ha sido una “introducción” de todo lo que me esperaba a lo largo de mi estancia aquí: una inmersión en el instante, en el aquí y el ahora, un disfrute de la fusión con el país y la gente. Noemí nos estaba ya esperando. Como Ana Mírian, rebosa vitalidad y energía por todas sus esquinas. La he sentido una mujer sabia eternamente joven. También Nueva Esperanza es ejemplo de ese esfuerzo que se oculta tras la belleza y el orden.

La Nochebuena ha sido mágica: el pueblo todo ha participado como acompañamiento de una pareja de adolescentes en su representación de María y José a la búsqueda de alojamiento en Belén. Hemos terminado en la iglesia. Con las puertas abiertas, con los animales entrando y saliendo, con los actores representando a los Tres Reyes y a Herodes en el altar. Con todo el pueblo representando allí dentro su vida entera. El día de Navidad ha sido de tranquilidad y silencio y alegría. Dejo la colonia con tristeza porque imagino que posiblemente ya no volveré más.

A partir del 26 de diciembre he recorrido casi todo el país. En una ocasión con Fermín Chévez, buen conductor y guía. Los días restantes con Moisés, buen conocedor del país, también bueno conduciendo, guiando y dándome lecciones de historia guerrillera. En alguna ruta he disfrutado de la compañía de María Isabel y Sandrita, o de Ana Mírian, como cuando fuimos a entregar alimentos a una de las zonas devastadas por las inundaciones de meses pasados. De todas las visitas, si tuviese que elegir una ciudad, sería Suchitoto; si una región, todas... ¿Qué decir de la Ruta de la Paz? Aún la siento empapada de duelo por la guerra. ¿O de la Ruta de las Flores? No hay combinación pictórica, figurativa o abstracta, que pueda igualar sus golpes de color, sus golpes de luz. He llenado memorias y memorias de fotos, ninguna refleja la intensidad del país, la que ha producido en mí. ¿Y qué de sus platos tradicionales? No ha habido ni uno solo que no me haya gustado, que no haya disfrutado. Incluso en los sitios más humildes donde parábamos a comer. Y... de la flor del pito, que me ha hecho pensar en los Misterios Eleusinos de la antigua Europa. El final de año y el comienzo de 2010 los pasé con Ana Mírian y toda su familia. Fue entrañable, irrepetible.

Podría llenar más y más folios acerca del país, de su gente, de ANADES... Nada puede ser mejor descrito que vivirlo en carne propia. Eso vale mucho más que mil palabras y mil imágenes.

Nada puede tampoco describir la rabia y la impotencia sentidas ante tanta pobreza, ante tanta injusticia, ante tantos muertos sacrificados por una causa que debía cambiarlo todo y a la que no dejaron cambiar casi nada... como acaba ocurriendo siempre en todas partes.

Nada me ayuda a describir el dolor ante tanta masacre como la de El Mozote, o el asesinato de los jesuitas, o el de Monseñor Romero. Ni siquiera las fotos les han hecho justicia.

Nada me ayuda a explicar cómo tanta riqueza continúa en manos de tan pocos, los mismos de siempre, y de las multinacionales, esas que están acabando con la Tierra.

Pero no quiero acabar así: sería injusta con vosotr@s si no dijera que sois más valientes ahora, después de la guerra, en ese esfuerzo por una agricultura respetuosa con el medio ambiente, por unas cooperativas que luchan por la dignidad de la persona. Pequeños David frente a un Goliat que espero alguna vez sea vencido. Como lo fue el primero.

Gracias por vuestro afecto, por vuestro respeto, por vuestro ejemplo.
Gracias por vuestro país.
Pepa Úbeda

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