Septiembre 2012 - por Miguel Esplugues
Este año me está costando escribir sobre mi viaje a El salvador. Este año, tengo la sensación de no tener claras mis intenciones del viaje. Mis experiencias, observaciones de la vida cotidiana en las comunidades, el compartir las tortillas en el desayuno a las seis de la mañana, el sentirme querido y cuidado en exceso por mi hija, por mi comadre. Es un cúmulo de sensaciones contrapuestas pero a la vez de ida y vuelta.
Ya no voy a El salvador con intenciones de cooperación o ayuda como antes, hoy regreso a casa, con mi gente, a compartir por una sociedad justa, con sus problemas. Si, con sus problemas pues ya no los veo como hace diez o doce años que me impresionaban y dolían, hoy viéndoles con el mismo dolor ni me extrañan ni me vienen de nuevo, pues son los de siempre, hoy son los míos.
Dejemos la Cooperación para los profesionales, que por cierto están muy bien preparados. En un mundo donde se valora y se estimula crecientemente la competencia, es urgente recordar que la cooperación ya jugó un papel importante en la historia.
Cooperar hace tiempo que dejó de ser sólo dar o prestar para comprar una caña de pescar. Ni siquiera vale hoy cumplir con el dicho de “enseñar a pescar”, por muy necesario que sea. Una verdadera cooperación debe prestar atención (en sus diagnósticos y acciones) a que la persona que pesca pueda conseguir créditos y su licencia para pescar, velar para que no se contamine su río o desaparezcan sus reservas y para que pueda vender el pescado a un precio justo y todo esto con pleno derecho.
Hoy me duelen más las experiencias y desajustes, pues ya no las veo como algo extraño que hay que corregir, las veo con la naturalidad del sufridor y me duele esta forma de verlas y de afrontarlas. Hoy veo las realidades con su crudeza, veo las penalidades sin encubrimientos y desde el fondo, ya no me tratan como el visitante que llega, soy uno más y veo los sufrimientos con la crudeza y dureza de vida del campesino, del cortador de caña, del hacedor de leña amontonando el “pante” para vender.
Hoy el ser el “tío Miguel “, en la Comunidad El Buen Pastor supone ser el tío de todos los “bichos” de la comunidad, que acuden todas las tardes al saber que estoy con sus cuadernos para que les controle sus deberes y como no, les regale alguna paleta cuando pase el vendedor.
El escuchar el “don Miguel” de las educadoras de los Centros de Desarrollo Infantil, supone para mí un compromiso de cercanía, un compromiso casi familiar pues me cuentan sus alegrías y problemas, me critican mi engorde o mi pelo sin cortar como al familiar que regresa de los “Estados”.
Para mí la experiencia enriquece los diferentes espacios de la convivencia social. “Así el pecho, la boca, el estómago, el corazón se dilatan y se llenan: de viento, de calor, de vida, de canciones, del otro, del reconocimiento del hambre, de la sed y la miseria”. Hace tiempo, desde ya muy pequeño aprendí que el pobre el oprimido, piensa, tiene sentimientos y posee dignidad.
Es para mí hoy una necesidad, una vez cruzado el charco, el pensar, el sentir, el vivir las realidades como mías. No aguantaría ni una semana si no me sintiese uno más, preocupado por la violencia, preocupado por los niños, pero en la convivencia simplemente uno más, compartiendo una charrada o un fresco.
Y es desde esta visión, donde encuentro cada día más injusticias sociales por la diferencia de poder económico. Hoy existen más ricos en El Salvador, pero también más pobres. Hoy existen más oportunidades, pero más miseria y explotación para conseguir un trabajo remunerado dignamente. Hoy encuentro más mujeres dispuestas a no someterse al machismo de su compañero, pero la misma violencia familiar y sufrimiento ante la falta de independencia económica y cobertura por parte de las autoridades.
Hoy sigue siendo el País más violento de la América Latina, el que menos crece, el que más emigrantes tiene, el primero en empezar a retirarse las ONGds por problemas económicos. Pero también donde encuentro más gente comprometida con sus vecinos, dispuesta a ayudar sin contrapartida, preparándose para el próximo desborde o terremoto pues sabe que está al caer y deben seguir luchando.
Miguel Esplugues